Como administradores de fincas nos vemos, con frecuencia, en la necesidad de interceder para resolver conflictos entre vecinos. Esta función mediadora se traduce en sugerencias y acciones que tratan de facilitar la comunicación, ponernos en la piel del otro, legitimar los acuerdos a los que se llegue y, en los casos más extremos, informar de las medidas que la legislación pone a disposición de los propietarios para salvaguardar los derechos de todos.
Este papel nos obliga a extremar nuestras capacidades de comunicación, abriendo vías de entendimiento entre las partes, facilitando el diálogo que, a menudo, promueve soluciones a gusto de todos.
Igualmente realizamos una función legitimadora, dando fe de los compromisos adquiridos por las partes, validando formalmente los acuerdos y contribuyendo, por tanto, a que persistan en el tiempo.
A menudo nos toca ejecutar decisiones que no son del gusto de todos o que, en defensa de los intereses de la comunidad, provocan que uno de sus miembros se sienta perjudicado, convirtiéndonos en el sparring donde golpea su frustración.
Todo ello nos obliga a desarrollar nuestra capacidad de comunicación, empatía, paciencia, creatividad, inteligencia y técnicas de mediación que, con el tiempo, contribuyen a generar un clima de confianza y entendimiento que redunda en la buena marcha de la comunidad.
Sin duda, una de las mejores partes de nuestro trabajo es cuando tras una reunión tensa, que se inició con posturas encontradas, logramos una solución satisfactoria para todos. Gracias por contribuir a hacerlo posible.